lunes, 30 de septiembre de 2013

Cuerpo, mente, alma, Javalambre 2013. La ultra más salvaje.


Una más para la saca y ya van cinco CMAJ. Es, sin duda, la ultra que más me gusta porque no está masifica, porque pasamos por la sierra de Espadán (para mí la más preciosa de la Comunidad), por la organización, en especial Tomás (alma mater de la prueba) y por la forma especial de marcaje: no existe. La organización nos proporciona el Track y los waypoints y cada uno con su GPS se busca la vida para llegar a meta. Eso supone estar más pendiente del GPS porque es fácil perderse o pasarse de desvío, en fin un aliciente más para hacer la carrera un poco más salvaje.
Como en otras muchas carreras, la historia comienza con mi buen amigo Alfredo y yo cogiendo el coche de muy buena mañana para estar en Alfondeguilla poco antes de las 7 de la mañana, que es la hora de la salida. Por mi parte, la historia comienza un poco antes ya que el viernes por la noche debo asistir a una boda ineludible y que me apetece mucho. Por todo ello hago una buena siesta en previsión de que dormiré poco por la noche. Al final consigo dormir 3 horas y a las 4 h. 30’ suena el despertador.
La carrera, como siempre, inicia su rodadura de forma muy informal diciéndonos Tomás que podemos salir cuando queramos, que no hay disparo de salida ni ninguna otra parafernalia. Así que los cerca de 30 aventureros salimos, unos con mucha prisa y otros, como nosotros, más suavemente, reservando fuerzas desde el primer momento.
Las previsiones del tiempo hablan de que lloverá lo suficiente como para hacernos la carrera un poco más difícil pero no es así y la climatología nos va a respetar durante todo el día. Y digo día porque eso es lo que estuvimos corriendo (cuesta abajo) y caminando: 25 h. 45’.
El paso por la sierra de Espadán, como siempre, es sorprendente y gratificante. Paisaje agreste, adornado con multitud de alcornoques. 

Subimos 7 picos antes de coronar el Espadán, desde donde divisamos el siguiente: la Ràpita. Los pasamos todos alegremente y con la consigna de correr sólo en las bajadas e intentar seguir una media de 4 km y medio por hora. Lo vamos consiguiendo. Por el camino nos servimos de los múltiples alimentos que nos ofrece la santa y buena madre naturaleza que nos permite recoger y comer: moras, higos y uvas, no necesitando más aporte energético que el bocadillo de la comida. Yo, especialmente me pongo ciego, creo que como más fruta que en la última semana.

Pasamos por Pavías y su fuente mágica, de agua clara y sobre todo fresca que nos invita a remojarnos y solazarnos un poco pero no mucho porque si no se nos estropea la media de quilómetros por hora. 

Cerca de Pavías se encuentra Higueras pero con menos encanto y sin fuente así que no nos detenemos y atacamos el alto de las Palomas, la tercera gran altura de la jornada (casi 900 m.). Siendo fieles a la verdad, casi ni nos enteramos de la subida porque es muy tendida y en muchos tramos por pista, que nos permite bastonar alegremente. Debemos ir muy bien porque aún mantenemos una conversación bastante constante y congruente. Yo sigo comiendo de todo lo que encuentro y es comestible. Lo único que no pruebo son los jínjoles y las granadas, los primeros porque no me gustan y las segundas porque no me veía comiéndolas con facilidad.
Desde el alto las Palomas hasta el siguiente pueblo: Montán, todo el camino es de bajada y, aunque, no podemos decir que imprimimos un ritmo frenético a la bajada, si que aumentamos la velocidad de desplazamiento consiguiendo llegar a casi 5 km la hora y nosotros, atontados que estamos, ya nos hacemos cábalas sobre que si mantenemos este ritmo conseguiremos bajar de 23 h.
Llegamos a Montán, donde hay un puesto de control, cargamos agua y a enfrentarnos al desnivel más grande de la carrera: unos 700 m. de desnivel positivo en unos 10 km, que nos dejará en el alto de Santa Bárbara de Pina. Nada más salir de Montán se nos une Ramón Grau, que se había quedado descolgado del grupo anterior hace muchos km y le apetecía compañía. Vamos a compartir la ruta un buen puñado de km. Y también parte de sus longanizas, cosa que se aprecia en la foto de abajo, donde aparecemos todos con el gesto torcido, masticando el delicioso fiambre. 

Tiene gracia la cosa porque Ramón nos invitó a algo de comida pero pensamos que serían barritas o cualquiera otra cosa parecida y , Alfredo y yo, le dijimos a la vez que no , gracias. Pero cuando sacó la bolsa de las longanizas cambiamos, inmediatamente y de forma servil, de parecer para pedirle, rogarle, que nos dejara probarlas.
Esta subida nos va a dejar las cosas claras respecto a medias y otras mandangas. 

La primera es que no vamos a acercarnos a 5 km/h ni en sueños y la segunda es que ya notamos que vamos cansados y la subida, aunque bonita, 

se nos atraganta un poquitín. Lo interesante de la subida es que hemos descubierto una buena zona de rebollones y, además, en el alto las vistas son impresionantes y, sobre todo, se ve Pina, el siguiente avituallamiento, donde nos cambiaremos de ropa y haremos una cena en condiciones, consistente en un consomé, un bocadillo de tortilla francesa con jamón, bebida y café (todo entra dentro de la inscripción, otro aspecto para hacer de esta ultra una de mis preferidas). Aunque estamos cansados decidimos elegir de bebida una litrona, de la cual vamos a dar buena cuenta, especialmente Ramón y yo.
Acabamos la cena y nos ponemos en marcha. Yo intento iniciar un ligero trote pero la tropa se niega, así que seguimos caminando y creo que no volveremos a correr en toda la carrera.
Ramón, que va sintiendo cada vez más dolor en la planta de los pies, va a retirarse en el siguiente control. Lo sentimos porque hemos mantenido una buena conversación que nos ha hecho la marcha más llevadera.
Como dice Tomás, esta etapa de las planicies de Teruel, son duras y necesitamos que la mente trabaje para no desmoronarnos. Además cuando se acaba el llano nos encontramos con la muela de Sarrión que, esta vez, no nos parece tan pesada como las anteriores que la hemos subido. Puede ser porque sabemos que arriba nos espera un avituallamiento con café calentito y tostada con miel preparado todo, con mucho cariño, por el inigualable Ramón. Otra persona importante en la organización de la carrera.
El resto de la carrera es un constante subir hasta llegar a la falda del Javalambre bis (pico al cual los lugareños se refieren como el auténtico Javalambre). Tomás para que no haya dudas con la prueba ha decidido que pasemos por los dos y así está la ecuación solucionada.
Al tiempo que iniciamos la subida del pico Javalambre bis, el sol empieza a despertar ofreciéndonos una imagen fastuosa de la zona. La saboreamos golosamente porque vemos que la niebla se avecina, acompañada de un aire demencial que, en la cresta del pico, nos obliga a ir con cuidado porque nos hace tambalear. Tarea imposible es intentar utilizar los bastones porque la fuerza del aire impide que podamos ponerlo en el suelo. Pasamos el cresterio como buenamente podemos y poco a poco nos acercamos al final, seguidos muy de cerca por el grupo de los Zancadas. Intentamos imprimir un poco más de ímpetu a la marcha por aquello de que no nos sobrepasen justo al entrar por la meta pero ni por con ese aliciente somos capaces de mejorar el ritmo y si entramos un poco antes que ellos es porque iban tan afectados como nosotros.
En meta está Tomás esperándonos y se ofrece a bajarnos al refugio ya que, aunque tenemos fuerzas, ya no nos quedan ganas para caminar más. Subimos al coche y en un periquete nos deja en el refugio donde tomamos un café con leche calentito, nos duchamos y a dormir 3 horitas hasta la hora de la comida.
Este año como hay pocos inscritos bajamos hasta Alfondeguilla en los coches de la organización.
No quiero acabar esta crónica sin volver a recomendarla encarecidamente para si hay algún ultratrailero que lee el relato y le entra el gusanillo. Es dura y emocionante. Con paisajes excepcionales y con mucha aventura.

No sé si el año que viene la haré, pero tengo por seguro que volveré a repetirla.